En el Perú está creciendo una fuerte tendencia a publicar (o imitar) leyes y normas que contradicen la moral cristiana; Es así que en la actualidad se estáproponiendo legalizar el aborto o aprobar el matrimonio homosexual. No obstante, un caso particular y de igual o mayor relevancia es la fuerte intención de eliminar el área de educación religiosa del currículo nacional; este rechazo se ha incrementado aún más debido al debate político-social que generó la aprobación de la norma que modifica la Ley de Libertad Religiosa el 13 de julio de 2011, la cual trata sobre la exoneración del área de religión. Es por esto que para el autor es de sumo interés analizar sobre la importancia para el ser humano y, por ende, la sociedad del área en cuestión y sobre sus efectos en la comunidad peruana. Se cree, pues, necesario estudiar este tema para obrar conciencia del terrible perjuicio que provocará dicha eliminación y para renovar el interés que merece el aspecto religioso. En efecto, la postura que en este escrito se defiende es la completa oposición al deseo de retirar de la educación básica peruana un área tan relevante como la religiosa. Para esto, se ha estudiado las leyes peruanas involucradas como la Ley General de Educación, la Constitución política, entre otras; además, los documentos del ministerio de educación, en especial el DCN, y una serie de libros, cuyos autores tratan desde distinto enfoques el tema de la religión y su papel en la educación.
Entonces, para sostener la postura se desarrollarán tres argumentos. El primero muestra la importancia del aspecto religioso en los seres humanos como dimensión estructural; el segundo enfatiza, como efecto del anterior, la relevancia del área de educación religiosa en el desarrollo integral del estudiante, y el tercero demuestra cuáles son los efectos de ese tipo de educación en la sociedad en contraste con aquella que no la contiene. A continuación, se desarrollará cada uno de estos.
En primer lugar, hablar de religión no es hacer un tratado sobre el «opio del pueblo», como la llamara Carlos Marx, sino sobre la estructura y criterio de vida del ser humano. Aquel sociólogo alemán opinaba lo siguiente:
«El hombre hace la religión, la religión no hace al hombre […] El hombre es su propio mundo, Estado, sociedad […] que producen la religión, como conciencia tergiversada del mundo, porque ellos son un mundo al revés. La religión […] es la realización fantasiosa del ser humano, puesto que el ser humano carece de verdadera realidad. [… ] La lucha contra la religión es indirectamente una lucha contra ese mundo al que le da su aroma espiritual. La religión es […] el opio del pueblo» (MARX, trad. 1968:11).
Esta es también la opinión de la sociedad actual, post-modernista, que minimiza lo religioso considerándolo como una actividad ilusoria, no realista ni relevante a la vida diaria – se ha convertido en objetos que se usan como adorno o en una serie de feriados a los que, por tradición, hay que considerar –; solo es importante vivir el presente sin principios morales universales, vale lo que es útil. Lo anterior es consecuencia de la «evolución» histórica de una serie de ideologías, como la marxista, que han degenerado la definición original y el objetivo de la palabra religión. Hoy en día existen muchos enfoques o perspectivas para definir ese término; no obstante, el camino eficaz para conocer su verdadero significado es por medio de su etimología, la raíz de su origen. Según Cicerón, religión viene del latín religio que se deriva de re-ligere, el cual significa «estar atento, considerar y observar, mantenerse unidos»; es decir, el estar consciente de un Poder más alto, y según el apologista Lactancio derivaba de re-ligare, que significa «atar, mantener junto» (Dhavamony, s.f.:1). Entonces, uniendo ambos, religión es una relación unida, duradera y real con lo divino: el hombre está conectado con Dios por el lazo de la religiosidad. Esta última no es expresión de la materia, el cuerpo, sino de la otra dimensión estructural humana: el alma, lo que nos diferencia de los demás seres vivos. Es lo que somos, lo que nos constituye humanos y Sin él solo seríamos animales u objetos inertes; en consecuencia, sería imposible comprender conceptos como amor, felicidad, belleza, moral, justicia, vida o muerte, no discerniríamos entre lo bueno y lo malo.
A todo esto, puede saltar una pregunta: ¿no es la razón la que guía al ser humano en su conducta diaria? La respuesta es sí, por exigencia del alma, cuyo objetivo se dirige hacia la obtención y comprensión de la felicidad total, Dios, a través de lo bueno correspondiente a su naturaleza, sin perjudicar a los demás; esto es, una conducta correcta constante. Santo Tomás de Aquino dijo: «El bien es la primera realidad advertida por la razón práctica, por la razón que plantea y dirige la conducta» (Tejada et al, 2011:14). Por ello, la razón es la herramienta fundamental que usa el ser humano para conseguir lo que su sentido religioso, la expresión del alma, le exige por naturaleza: la relación con el origen y sostén de su vida, su Creador. En otras palabras, la realización plena del hombre a lo largo de su vida, obtenible solo por una comprensión de su origen, de su naturaleza y del Bien al que tiende, es de lo que trata la religión. No debe confundirse este concepto con doctrinas, dogmas o grupos de creyentes; al menos no es lo que en esencia significa.
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